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Gayle Dunavin

Written by Luz Stella Diaz

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Gayle Dunavin is a third generation Chaffee Countian.

 

She loved growing up in Salida, spending time with her grandfather, exploring and getting in trouble when checking the boat races during the Arkansas river runoff.

 

Her younger years were not always rosy. Her grandfather would mention La Llorona to keep Gayle in line.  La Llorona is a mythical figure who wears long dresses and goes on wandering walks. Gayle’s neighbor (the town librarian) would wear a long gown while standing in the window with a skeleton. Gayle was fully convinced that this was La Llorona, eventually learning the “truth”: The skeleton was from her neighbor’s late husband’s medical practice. Her neighbor was a nice widow and possibly, only checking that Gayle would not take apples from her backyard.

 

Gayle sometimes on her walks would notice a tall dark man staring at her, wearing a cape and hat, Zorro type but no Hollywood presence. She saw him a few more times until he disappeared.

 

Years later the local newspaper published an article in the Past Tense column (which covers happenings of decades ago) about the 1886 murder of a tall dark man, with a similar appearance to the one she used to see. This murder happened at Gayle’s childhood home, which was bought later by her mother. It reawakened unsettling feelings. 

A devastating moment in her life happened when she lost her youngest son at age 23 in a shooting accident. He was a kind person who always protected the underdog and had been helping fellow young adults. While at a retreat, one showed up carrying a gun and accidentally shot and killed him.

 

He used to tell her that “he had a lot of godly work to do before God calls him home” but Gayle knew deep down in her heart that “God was not going to let her keep him too long.”

 

His death changed her marriage relationship as “he could not grieve as I grieved” and they divorced, after 42 years together, but kept an amicable relationship. She says “you cannot be with somebody for that long and not communicate.”

 

Life challenges continued, her former husband died of Covid and a beloved grandson (with a promising future) died in a motorcycle hit and run.

 

The grief for her son continues, “it is never ending, the hurt lessens but never goes away.”

 

Her strong faith and family keep her alive and hopeful. She hopes for the day when she can see her loved ones again - “I have to think this way, otherwise I would not be able to function.”

Gayle Dunavin es tercera generación en el condado de Chaffee.

 

Le encantó crecer en Salida, pasar tiempo con su abuelo, explorar y meterse en problemas cuando iba a ver las carreras durante la crecida del río Arkansas.

 

Su juventud no siempre fue color rosa. Su abuelo hablaba de La Llorona para mantener a Gayle a raya. La Llorona es una figura mítica que usa vestidos largos y camina sin rumbo. Su vecina, la bibliotecaria, usaba un vestido largo mientras se paraba en la ventana con un esqueleto. Gayle estaba convencida de que era La Llorona, y finalmente se enteró de la "verdad": el esqueleto pertenecía a la oficina médica del difunto esposo de su vecina. Su vecina era una viuda simpática y, posiblemente, solo se preocupaba de que Gayle no se llevara las manzanas de su patio.

 

A veces, en sus caminatas, Gayle notaba un hombre alto, moreno, mirándola fijamente, vestido con capa y sombrero, tipo Zorro, pero sin la presencia hollywoodense. Lo vio unas cuantas veces más hasta que desapareció.

 

Años más tarde, el periódico local publicó un artículo en la columna Past Tense (que cubre sucesos de décadas atrás) sobre el asesinato en 1886 de un hombre alto, moreno, con apariencia similar al que ella solía ver. Este asesinato ocurrió en la casa de la infancia de Gayle, que luego fue comprada por su madre. Nuevamente despertó en ella sentimientos inquietantes.

 

Un momento devastador sucedió cuando Gayle perdió a su hijo de 23 años en un accidente de tiro. Una persona amable, siempre protegiendo a los desvalidos y ayudando a jóvenes. Mientras estaba en un retiro, uno apareció con un arma y accidentalmente le disparó y lo mató.

 

Él solía decirle que "tenía mucho trabajo piadoso por hacer antes de que Dios lo llamara", pero Gayle sabía en el fondo de su corazón que "Dios no iba a permitir que ella lo tuviera demasiado tiempo".

 

Su muerte cambió su relación matrimonial porque “su aflicción no era como mi aflicción”, se divorciaron después de 42 años juntos, pero mantuvieron una relación amistosa. Ella dice “no puedes estar con alguien tanto tiempo y no comunicarte”.

 

Su exesposo murió de Covid y un nieto muy querido (con un futuro prometedor) murió atropellado, el conductor dándose a la fuga.

 

El duelo por su hijo continúa, “no se acaba nunca, el dolor amaina, pero nunca se va”.

 

Su fe y su familia la mantienen viva, con esperanza. Ella espera el día en que pueda volver a ver a sus seres queridos: "Tengo que pensar de esta manera, de lo contrario no podría funcionar".

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